Ayer domingo, como no tenía mucho que hacer, decidí darme una vuelta por la Malvarrosa. Eso sí, con el bolso bien agarrao, que me los conozco...
No estuvo mal el paseo. Un poco de percusión africana, mercadillo de estirón y unos preciosos chicos jugando a voleibol. Al volver, me pasé por Alboraya. ¿Qué fue lo que compré? Pues, cómo no, horchata con fartones. Y me di cuenta de una cosa. Mucha crisis, mucha crisis, pero hasta el hippyloya más deshilachado se estaba tomando en la terraza un buen vaso de horchata con fartones. Mi madre, desconsolada mientras engullía uno por uno cada fartón, me repetía que el lunes comenzaría de nuevo su particular calvario del Naturhouse. Pero no dejó ni un culín de horchata.
lunes, 11 de agosto de 2008
Los pequeños placeres de la vida
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Bien por tu madre! A disfrutar de la horchata y los helados. Di que sí! Ya llegará el régimen invernal para quitarse de encima esos kilitos de más.
Bueno... la verdad es que se pasó toda la noche vomitando. Es lo malo cuando acostumbras el estómago a comer ligerito por la noche. Cuando te pasa, lo pagas.
Publicar un comentario